Siempre

En memoria de Eduardo Bähr

El crítico literario Hernán Antonio Bermúdez hace un esbozo de la trayectoria del escritor hondureño fallecido este 4 de agosto, y que constituye una gran pérdida para la literatura de nuestro país
04.08.2023

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- La muerte de Eduardo Bähr significa un duro golpe para las letras hondureñas, pues sus narraciones estaban gobernadas por un singular talento fabulador.

Para él escribir se convirtió en un proceso de total entrega a las posibilidades de expresión: sus habilidades creativas hacen que Honduras se pueda enorgullecer de una literatura propia, de la cual Eduardo -por su riqueza y libertad imaginativa- fue uno de los mejores autores.

La esplendidez del universo bahrdiano, cuya obra maestra fue “El cuento de la guerra” (1972), era el resultado de un trabajo duro e infatigable, que es lo propio de un buen escritor.

Eduardo supo pulir sus textos hasta hacer brillar cada partícula verbal: sabía jugar con las palabras y hacía que estallaran chispazos inesperados en el tejido de su ficción que, por más que parezca tomada de la realidad circundante, resulta transmutada en el trance creativo.

Así, el diseño de sus relatos, una vez establecido, generaba sus propios principios de armonía y coherencia narrativas.

La armadura del intelecto de Eduardo era sólida y las gavetas de su mente estaban bien aprovisionadas.

Sus destrezas verbales iban acompañadas de una ironía seca y sutil entretejida con el desasimiento de lo convencional.

Como buen teleño, sabía nadar en “el antiguo mar de la ficción” (Virginia Woolf) y soltaba los ligamentos de la escritura gracias a su humor y sagacidad crítica.

Sólo la grácil curva de su prosa, esa voz distintiva, era capaz de generar la audacia de sus frases radiantes. En sus postreros cuentos eróticos la belleza resplandecía en los cuerpos que, incandescentes, incurrían en ardores y éxtasis.

Su obra, caracterizada por la maestría de la forma y el aroma de la frescura, proporcionó los placeres de la imaginación a lectores de varias generaciones. ¡Eduardo, gracias!

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