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Respirar en este país es un milagro, más allá de los altos índices de violencia, migración y la baja institucionalidad estatal. Por otro lado, la calidad del aire en Tegucigalpa, donde ya es un riesgo para la salud y el bienestar de los residentes.

Según datos recopilados por la plataforma IQAir, el índice de calidad del aire en el Distrito Central (que incluye Tegucigalpa y Comayagüela) se encuentra en niveles perjudiciales para la salud. La concentración de partículas PM2.5 en el aire es 24.4 veces superior al valor guía anual de calidad del aire establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Estas partículas PM2.5 son pequeñas y pueden penetrar profundamente en los pulmones, lo que puede afectar la salud respiratoria y aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares.

Con esos datos duros, Tegucigalpa tiene la peor calidad de aire del continente; azotado por un calor infernal, incendios forestales y miles de carros, camiones, buses y motocicletas, propulsados por combustibles fósiles. De hecho, más de la mitad de los óxidos de nitrógeno en el aire que respiramos proviene del transporte y sus mortales tubos de escape con efectos que perjudican casi todos los sistemas orgánicos del cuerpo humano, provocando tos, asfixia y reducción de la capacidad pulmonar y debilita las defensas del cuerpo contra infecciones respiratorias como la pulmonía y la gripe.

Debatir la contaminación que producen los vehículos es fundamental a fin de optimizar la calidad del aire y reducir las emisiones de gases que atrapan el calor en ciudades saturadas por el tráfico. Es ese el sector principal de mayor contaminación del aire y la mayor fuente de emisiones de gases que causan el cambio climático en este país de cielos y suelos rojos. Según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), en los últimos cinco años ha aumentado el número de países con medidas para abordar la contaminación del aire.

Sin embargo, en Honduras los niveles de contaminación siguen siendo altos debido a brechas en la implementación, el financiamiento, la capacidad de controlar, mitigar y prevenir la emisión y concentración de contaminantes en la atmósfera y la falta de monitoreo; eso nos deja en una bruma espesa porque no se cumple con estándares de calidad del aire, ni con los límites establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Pero más allá de las nebulosas, la ciudadanía hondureña enfrenta desafíos, como la falta de información generada por el impacto en la salud que respira aire contaminado, lo que lleva a enfermedades cardiovasculares, ictus y problemas pulmonares... todo lo que conlleva la mala calidad del aire que ya provoca cienes de muertes prematuras al año.

Es crucial que el gobierno deje sus políticas ideológicas abanderadas por el fracaso socialista, y empiece con la implementación de políticas por reducir la contaminación del aire. Con acciones y mejorar la calidad ambiental benefician el desarrollo, la productividad agrícola, la seguridad energética y el crecimiento económico. Entiendan, señores, que esto es un desafío urgente que requiere políticas públicas efectivas, monitoreo constante y acciones concretas en proteger la salud de las personas, el agua y el suelo y detener la degradación de los ecosistemas, así como el aumento de enfermedades relacionadas con el medio ambiente.

Es importante que el gobierno trace estrategias efectivas y transparentes para proteger la salud y el medio ambiente, involucrando a la sociedad civil, a la industria y a la academia en su diseño e implementación. Exigir regulaciones a fin de reducir la emisión de contaminantes, incentivos con miras a promover prácticas sostenibles y programas de educación ambiental con el objetivo de concienciar a la población sobre la importancia de cuidar el entorno, que cada día se vuelve más rojo... y no electoralmente -eso es una densa capa de humo, más que otra cosa.