Columnistas

Liberales decimonónicos

Para entender la reforma liberal del siglo XIX es obligado leer “Estado liberal y desarrollo capitalista en Honduras” (BCH, 1975) de Guillermo Molina Chocano, amigo desde las mutuas vivencias en UNAH y posterior en la sede costarricense del CSUCA.

Gracias a su lúcida explicación comprendí cómo el presidente Marco Aurelio Soto, con la brillantez ideológica de su primo Ramón Rosa, puso en marcha reformas administrativas, políticas, económicas y sociales inéditas, tales como la mejora de las vías de comunicación y del servicio de correo, el avance del ferrocarril, del sistema telegráfico y de un programa educativo eminentemente laico, así como reorganizó a la Universidad Central elevándola a estatuto de academia patria.

Terribles palabras de Rosa en 1882: “En América, donde la instrucción popular se difunde con celeridad de luz y donde no existen, como en Europa, arraigados y tradicionales intereses religiosos que dan poder y privilegio a numerosas clases sociales; en nuestra América, donde la libertad de conciencia es conquista definitiva: todas las religiones positivas tienen que desaparecer en no remoto día, con sus artificiosos y contradictorios dogmas, con sus litúrgicos aparatos teatrales, con sus sangrientas historias, con sus egoístas y mal disfrazados intereses mundanos, con sus hipócritas santidades, con sus privilegiadas y ensoberbecidas castas, y con sus execrables tiranías”.

Siguiendo el programa de Justo Rufino Barrios (Guatemala, 1874) que contribuyó a diseñar, Soto impuso la separación entre Iglesia y Estado, la supresión de diezmos y la extinción de cofradías, instaurando el matrimonio civil y secularizando cementerios, creando el registro civil y estatuyendo la enseñanza laica en los institutos de la república, así como supo universalizar la escuela primaria gratuita obligatoria y reorganizar la universidad sin cátedras de teología. Heroica obra social y cultural civilizadora hasta ahora nunca superada por el bipartidismo. El liberalismo moderno ni siquiera llega a decimonónico.

Ahora encuentro otro libro que aclara esos procesos políticos. D. Langley y T. Schoonover explican en The Banana Men. American Mercenaries & Entrepeneurs in Central America 1880-1930 (Univ. of Kentucky, 1995) que “para los liberales del siglo XIX progreso implicaba avance material y economía de mercado. Depositaban su fe en el capitalismo y este demandaba vigorosas economías de exportación” más materias primas baratas.

El voceado panamericanismo era sólo retórica que ocultaba la ambición imperial de Washington por Centroamérica, a la que el liberal del istmo “facilitaba al privatizar tierras comunales, generaba políticas que apresuraban el surgimiento de mano de obra dependiente y liberaba capitales domésticos” al anular cofradías y hermandades religiosas, así como estimulaba “la formación de bancos (prestamistas e hipotecarios de tierras) y ofrecía estímulos a los intereses financieros y migrantes extranjeros” (yanquis).

O sea otra visión nada heroica en lo económico y político pues no hay que olvidar que las primeras y gruesas concesiones a inversionistas externos vinieron de los liberales. Toda moneda exhibe dos caras