Columnistas

Combate a la pobreza

El conveniente diccionario de haraganes, que nos ofrece Google, define “pobreza” como el conjunto de carencias que tienen algunas personas para acceder a los servicios públicos o privados de salud, seguridad social, vivienda digna, agua potable y otros insumos necesarios para cubrir las necesidades básicas de él y su familia. Se citan como causas el desempleo, la exclusión social y la alta vulnerabilidad de determinadas poblaciones a los desastres naturales, las enfermedades endémicas y epidémicas y otros fenómenos que los imposibilitan para tener una actividad productiva.

Como consecuencia de la pobreza descrita de esta manera, se concluye que la pobreza extrema, o sea, la miseria, conlleva a la falta de alimentación adecuada que produce la malnutrición o desnutrición, y finalmente, el hambre extrema que conduce a la muerte; se agrega a este rosario de calamidades, la carencia de un techo digno (casas de cartón, plástico o pedazos de tablas edificadas sobre terrenos escabrosos o en zonas de alto riesgo como riberas de ríos, derrumbes, espacios de marejadas y otras).

Los intentos por identificar las causas de la pobreza y su combate han sido múltiples. Depende de los ideólogos políticos o sociales de turno de Naciones Unidas y otras instituciones similares, incluyendo las financieras internacionales, que surgen soluciones mágicas y las que se imponen obligatoriamente, como conejillos de indias, a los países necesitados, de no recibir los beneficios financieros que ofrecen dichas instituciones.

Muy pocos en el transcurso de las últimas décadas, han incursionado tenazmente en busca de respuestas pragmáticas a este mal que aqueja a la humanidad entera; al contrario, lo que ha surgido son programas paternalistas, de subsidios, de dispensa de obligaciones por el consumo de servicios, habiendo caído la mayoría de estos intentos bajo el condenable influjo de los intereses políticos que suelen motivar a los ejecutores de estas políticas en los países pobres.

Mi inolvidable amigo y compañero, Guillermo Casco Callejas, insigne mentor de generaciones, nos advertía que “pobre” no es solamente aquel que carece de una vivienda de construcción maciza, de un vehículo relativamente nuevo, que no vive en una residencial de clase media para arriba, que no cuenta con ahorros en el banco o cooperativa, que no se da vacaciones en el extranjero pagadas en dólares y todas las demás fantasías que el ser humano anhela para considerarse en una escala económica y social, superior; “pobre”, decía Guillermo, es aquel que la sociedad le ha impedido beneficiarse de una educación integral completa, desde párvulos hasta universidad; “pobre” es aquel que apenas aprendió a deletrear para solo leer rótulos en las calles, a hojear las páginas de los diarios solamente para buscar las carteleras cinematográficas o a enterarse de la noticia deportiva.

“Pobre”, entonces, es aquel que no adquirió los instrumentos de la educación para defenderse en un mundo altamente competitivo. Feliz Navidad