Cartas al editor

Los Horcones (1/2)

En el tejido de la historia hondureña, un acontecimiento oscuro arroja su sombra sobre las páginas olvidadas. La masacre de Los Horcones, ocurrida el 25 de junio de 1975, resonó en los rincones más íntimos del alma nacional, dejando cicatrices que aún hoy palpitan en la memoria colectiva. Pero, ¿qué ha sucedido con aquellos ecos de dolor y aquel clamor de justicia en el laberinto del tiempo?

Aún susurran en los recovecos del olvido, esperando ser escuchados. En la plácida superficie de la historia, Honduras ha sido testigo de momentos trágicos que han marcado su devenir.

Huracanes devastadores, guerras fratricidas y revoluciones tumultuosas han dejado su impronta en el lienzo de la nación. Sin embargo, pocos eventos han conmovido las fibras más sensibles del alma hondureña como la masacre de Los Horcones.

En aquella fatídica jornada, la violencia estalló con furia desmedida, trastocando las vidas de inocentes y tejiendo una tela de dolor y desesperación que aún se extiende en el tiempo.

El contexto en el que se gestó esta tragedia añade capas de complejidad a su sombrío relato. Honduras, recién maltrecha por el embate del huracán Fifí y aún lidiando con las secuelas de la guerra con El Salvador, se encontraba inmersa en un torbellino de incertidumbre y desasosiego.

En este caldo de cultivo, el régimen militar y su proyecto reformista chocaron con las fuerzas sociales y políticas que anhelaban un cambio profundo en el país.

La Iglesia Católica, el movimiento campesino, las organizaciones gremiales y la academia universitaria, entre otros, se vieron envueltos en un conflicto cuyo desenlace dejaría una marca imborrable en la historia nacional.

Los protagonistas de esta tragedia, los campesinos y sus defensores, se alzaron en un grito de resistencia ante la injusticia y la opresión. La Marcha del Hambre, impulsada por la Unión Nacional de Campesinos, se erigió como un símbolo de dignidad y valentía frente a un poder que parecía indomable.